Halloweed

Llego a TAPO pegajoso y apurado sin sentido. El camión salió hace dos horas pero el impulso de intentar llegar a horario aún me mantiene ansioso. Es la primera vez que me atoran en la agencia desde que empecé, hace un mes y medio, y con mis reiterados suspiros creo haber dejado bastante en claro que espero que sea la última. Hago una fila larguísima en la recepción de ADO para comprar el último boleto que queda para el camión que sale en diez minutos y fumo medio cigarrillo antes de subirme. Lo disfruto como si fumase uno entero. Duermo las cuatro horas de viaje y eso es bueno porque no me doy cuenta que son cuatro y que la ruta está atascada de autos que quieren salir de la ciudad por el fin de semana largo. Llego a CAPU, camino hasta el hostel, hago el Check In y voy a dormir. Me despierto más tranquilo y de mejor humor. Mi amigo Lázaro, español, me escribe para decirme que en cuanto se libere de unos compromisos se toma un camión para Puebla, me dice que me avisa cuando llegue. Desayuno un pan semi tostado y un café quemado y salgo a caminar y a fumar un porro. Doy algunas vueltas al Zócalo y me entretengo con las siluetas de las figuras de los semáforos para peatones porque hay varios modelos distintos y se mueven a distintas velocidades. Averiguo cómo llegar a Huaquechula, la razón por la que vine, un pueblo que se distingue por su celebración de Día de Muertos. Me tomo un camión desde CAPU hasta Atlixco y ahí una combi y entre ambos trayectos sumo dos horas de viaje. La combi me deja frente a la catedral. La catedral está linda pero no se destaca por nada. Hay poca gente caminando por las calles y eso me gusta. Me tomo un cuarto de ácido y le compro unos anteojos de sol a una señora que tiene una mesita en la calle porque quiero disimular cómo se dilatan mis pupilas y porque quiero contribuir a la economía local. Hago fila para entrar a casas de desconocidos que hacen altares de más de dos metros de altura para honrar a sus muertos, colocando sus objetos y comidas favoritas. La mayoría de los altares tiene botellas de Coca-Cola. Al fondo de las casas, en los patios, ofrecen comida y cerveza a los visitantes. No tengo nada de hambre pero sí acepto cervezas en lugares diferentes. Cuando el ácido empieza a hacer efecto me quedo minutos enteros viendo las luces navideñas que alumbran y decoran los altares. Me siento hipnotizado. En un momento, mientras fumo un cigarrillo en la calle, veo a un chico y a una chica que están muy bien vestidos y caminan de una acera a otra, sin hacer nada en específico. El chico se me hace muy lindo y los sigo hasta entrar en una casa y paso al patio y acepto una cerveza del dueño del lugar solamente para tener una excusa. La chica me mira y me sonríe y me pregunta de dónde soy. Me dice que se llama Baby Tears y que es mitad mexicana, mitad italiana. El chico se llama Mohammed y me sonríe pero no me habla. Es moreno y un poco más bajo que yo. Quiero saber si es gay o si solamente es hermoso. Baby Tears me dice que es italiano y que ambos viven en Puebla porque estudian de intercambio en la universidad. Salimos de la casa y caminamos un poco y hablamos de cosas a las que no presto atención porque el ácido en mi cuerpo me distrae con cada estímulo visual que cruza mis ojos. Se hace de noche y vamos hasta la calle de la que salen las combis. Hay mucha gente esperando y Baby Tears nos dice que vayamos por cerveza mientras hace la fila. Mohammed y yo compramos dos micheladas de litro y cuando volvemos vemos que Baby Tears ya está subiendo a una combi, que está llena. El conductor nos dice que es la última del día y que si queremos irnos vamos a tener que viajar parados. Estoy alto para la combi y me cuesta mantenerme de pie sin caerme porque tengo en una mano la michelada. Viajo semi agachado y agarrándome de lo que puedo. Mohammed se ve más cómodo. Los pasajeros cantan y cuentan chistes y se ríen y a mí toda la situación me entretiene. Llegamos a Atlixco y compramos más cerveza y la tomamos en el camión a Puebla. Baby Tears sugiere ir al cementerio y le digo que me parece una buena idea. Veo que Lázaro me mandó varios mensajes preguntándome qué estoy haciendo y diciéndome que está aburrido, que pensaba que íbamos a hacer un plan juntos. Le digo que me espere en el Zócalo, que le llevo una sorpresa. Bajamos del camión y compramos más cerveza. Caminamos a buen ritmo hasta que nos cruzamos con dos policías que nos detienen. Nos dicen que está prohibido tomar en la vía pública y que nos van a tener que llevar a un Ministerio Público. Les mostramos que nuestras latas están cerradas y nos dejan ir. A la cuadra las abrimos y las terminamos antes de llegar al Zócalo. Nos encontramos con Lázaro que me dice que está molesto pero cuando ve a Baby Tears se relaja y cuando le doy medio ácido ya está sonriendo. Le doy medio ácido a Baby Tears y medio a Mohammed y yo tomo el cuarto restante de los dos que llevé. Caminamos hasta el cementerio contándole a Lázaro sobre Huaquechula. Lázaro intenta ligar con Baby Tears y yo con Mohammed. En el cementerio hay unas treinta personas sentadas en sillas plegables mirando una tela grande colgada de dos caños en donde están proyectando una película de terror que no da nada de miedo. Tratamos de entender la trama pero nos aburrimos mucho y decidimos ponernos detrás de una capilla a fumar un porro. Vemos unos policías acercándose y lo apagamos y lo tiramos entre las lápidas. Los policías nos preguntan si estamos fumando porro, nos dicen que huele a marihuana, y nosotros les decimos que no, que serán otras personas las que están fumando. Se van y buscamos el porro y cuando lo encontramos estamos tan enojados por las interrupciones de la policía que decidimos seguir fumando y escondernos para que no nos encuentren y no sepan de dónde viene el olor. Nos parece divertido tomarlo como un juego. Nos queremos divertir. La película termina y vemos cómo todos se empiezan a ir. Nos escondemos detrás de panteones y lápidas, caminando despacio y hablando en voz baja, sospechando de sombras o siluetas que en muchos casos no existen, riéndonos de nombres audaces de muertos de hace años, besándonos sin que nos vean. Baby Tears es la líder del grupo y nos va dirigiendo hacia donde supuestamente no hay nadie. Hay momentos en los que nos quedamos minutos enteros totalmente quietos y de pie, pensando que nos pueden descubrir en cualquier instante. Cuando el efecto del ácido baja y nuestros cuerpos se empiezan a sentir cansados, decidimos salir sigilosamente y nos damos cuenta que no hay nadie vigilando y que las puertas del cementerio están totalmente abiertas. Baby Tears y Mohammed dicen que se van a ir a cenar y Lázaro me dice que tiene ganas de ir a la pirámide de Cholula y yo le digo que también quiero. Nos despedimos con besos y nos pasamos contactos. Lázaro pide un Uber que nos deja justo debajo de la pirámide. Le preguntamos a una chica por la ventanita del Oxxo si sabe por dónde es la entrada y nos la señala. Cuando nos acercamos, nos damos cuenta que la reja está cerrada. Me trepo a una de las paredes, haciendo movimientos bastante arriesgados, y logro saltar y pasar al otro lado. Lázaro me dice que no se anima, que él no puede treparse, que le da miedo. Vuelvo hacia el otro lado y caminamos hasta encontrar unos botes enormes de basura. Los movemos hasta al lado de la reja y cruzo, esta vez más fácil, pero Lázaro dice que todavía no es suficiente para él. Lo convenzo de que puede, le doy ánimo, le digo que está simple, y se convence a él mismo y logra pasar. Festejamos fumando porro mientras subimos las escaleras. La iglesia que está sobre la pirámide está cerrada pero nos quedamos viendo la ciudad desde arriba y las estrellas desde abajo, hasta que nos cansamos y decidimos irnos. Bajamos por otro camino, queremos ver a dónde nos lleva, y llegamos a unas puertas que están totalmente abiertas. Tomamos un Uber hasta Puebla y nos vamos a dormir al hostel. Al otro día despertamos temprano, desayunamos un pan semi tostado y un café quemado y caminamos hasta CAPU. Dormimos todo el viaje y llegamos a TAPO pasado el mediodía. Nos encontramos en el centro con Dulce Delicia y Reina Bonita para comprar materiales para hacer disfraces para las fiestas a las que vamos a ir a la noche. Después vamos a mi departamento y los armamos mientras tomamos cerveza y vemos Regular Show. Mi disfraz es de bolsa de marihuana y me gusta mucho porque es muy cómodo. La bolsa está hecha de plástico transparente y la marihuana de papel china verde. Dormimos una siesta, nos bañamos y vamos a la primera fiesta. Nos aburrimos bastante porque está llena de pubertos que huelen mal y apenas están aprendiendo a tomar alcohol. Nos da hambre y nos cruzamos a un Oxxo a comprar cuernos rellenos. La puerta ya está cerrada así que esperamos a que nos atiendan por la ventanita. Un señor vestido de negro y muy misterioso se para al lado nuestro y nos pregunta si queremos algo más y le decimos que no. Pide dos cajetillas de cigarrillos, una normal y una mentolada, un encendedor, dos jugos grandes, uno de naranja y uno de manzana y un paquete de chicles de menta. Le entregan una bolsa y nos la da, nos dice que espera que nos divirtamos. Le agradecemos y caminamos hacia la otra fiesta, comiendo nuestros cuernos. En un momento, dos personas con togas blancas salen de un edificio y nos preguntan si queremos subir a su fiesta de disfraces, nos dicen que tienen muchísimo alcohol pero que les hace falta mezcladores y cigarrillos. Les mostramos los jugos y nos dicen que somos sus salvadores y nos hacen pasar. Tomamos, bailamos, comemos todas las galletas con marihuana que encontramos y nos vamos. Seguimos nuestro camino hasta Mono, en donde nos hacen esperar un poco para entrar, pero como algunos somos güeros y altos nos hacen pasar antes que al resto que está en la fila. La fiesta está aburrida y todos me hablan en inglés porque piensan que soy de California. Todos me piden porro porque asumen que tengo porque estoy disfrazado de bolsa de marihuana. Una pareja de chicos me mira y los miro y nos encerramos en un cubículo del baño a fumar y a besarnos. Cuando estamos saliendo del baño un policía me intercepta y me dice que me va a tener que sacar de la fiesta y confiscar el porro. Le digo que no me parece justo y se ríe. Le ofrezco 100 MXN y me deja ir. En voz baja me dice que mi disfraz está bien chido. Los chicos con los que fumé se acercan con una cerveza y me la regalan como agradecimiento. Me la tomo y voy con mis amigos, que ya se ven un poco cansados. Les pregunto si quieren ir a mi departamento a ver tele y cenar algo mejor que los cuernos. Me dicen que sí. Rompo mi disfraz, tiro el papel china verde sobre las cabezas de las personas que bailan eufóricas y nos vamos.



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