Si quisiese estar en equilibrio, ya estaría equilibrado

Abstraje la razón por la que parece que me gusta no conseguir lo que quiero. Y descubrí que un patrón de conductas me encamina constantemente al boicot a cambio de cierto goce melancólico. Mi única adicción siempre ha sido la melancolía, la fascinación por el estado de ensueño que causa en mí la pérdida temporal de placer. Y en ese estado, comienzo a provocarme tormentos para fomentar un estudio profundo de mis reacciones. Mi propia mente me resulta tan compleja y cautivadora que necesito someterla a pruebas. Entonces me hipnotizo jugando con fuego, porque me seduce la idea de quemarme ocasionalmente. Y el desequilibrio que produce en mí la sensación de dolor es lo que me recuerda que estoy vivo, que existo.


Mi lucha contra la melancolía tiene que ver justamente con la búsqueda de la reposición del equilibrio. En esa búsqueda es que he conseguido hacerme de antídotos con los que alcanzo la estabilidad sin tener que ceder al aburrimiento. Existen hábitos, lugares y personas que me conectan con mi esencia y me provocan conocerme profundamente. Estímulos que me enaltecen sólo por el hecho de exponerme a mis propios goces y miedos. Cuando consigo entrar en ese trance, me siento ligero y con claridad, me siento vivo dentro del equilibrio. Pero, cuando este se rompe, cuando llega inevitablemente la pérdida, el distanciamiento o el abandono, se manifiesta la vulnerabilidad. La vulnerabilidad me hace querer negar los cambios, por creer que si algo cambia no voy a volver a estar satisfecho. La vulnerabilidad genera que quiera aferrarme a ciertos sentimientos, sólo por ambición al sentir. Y es ahí cuando me saboteo, porque dejo de sentirme seguro y me entrego al desorden. Porque ese rechazo a la pérdida es el que me conduce, indefectiblemente, una y otra vez, a la melancolía y al dolor. 


En mi abstracción comprendí que la única forma de romper este círculo vicioso es el entendimiento de mis conductas. Y me hice consciente de que distanciarme de mis propios goces y miedos es distanciarme de mi propio ser. Me hice consciente de que el equilibrio no existe realmente, y que lo que nunca tengo que perder es el impulso a su búsqueda constante. Y así comprendí que, cuando deje de desperdiciarme, de malgastarme en la melancolía, es que voy a conseguir todo lo que quiero.


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