La decisión correcta

 Prisma

1. Geom. Cuerpo limitado por dos polígonos planos, paralelos e iguales, que se llaman bases, y por tantos paralelogramos cuantos lados tengan dichas bases, las cuales, según su forma, dan nombre al prisma: triangular, pentagonal, etc.

Zorro necesitó abrir el diccionario y leer de nuevo la definición de la palabra “prisma”. En general memorizaba los enunciados en una sola vez que los leía, a excepción de que fuesen muchos, o muy largos, o tuviesen palabras desconocidas. Yendo por la última parte de la letra “P”, ya no quedaban muchas palabras desconocidas. Pero una sensación extraña no lo dejaba tranquilo.

Su puerta fue golpeada por primera vez desde que se mudó hace más de un año. Su hermana, a quien no veía desde ese entonces, le pidió que por favor le abriese, que necesitaba hablar con él. Lo primero que se preguntó Zorro fue cómo había conseguido su dirección. Se había mudado justamente para que nadie lo encontrase. Su trabajo con el diccionario le llevaba mucho tiempo y concentración, y más que nada espacio mental que no estaba dispuesto a llenar con los problemas de la cotidianidad de las personas que lo habían rodeado. Nadie valía tanto la pena como para hacerle perder su tiempo. Después de pensarlo unos segundos, apretó el botón de “guardar” en su computadora. 

Caminó hasta la entrada.

Su estado de aislamiento se rompió una vez que abrió la puerta. Era la primera vez en el último año que veía a otra persona. La única presencia humana que había escuchado (porque ese era el único sentido que no podía controlar en cuanto a las relaciones con otros) era la de su vecino hablando en el pasillo, la de la gente que caminaba en la calle (y que no veía al tener siempre las cortinas cerradas) o la del chico del supermercado que le dejaba atrás de la puerta las bolsas de las compras que hacía por internet. Esto era diferente, esto era de lo que se había recluido.

Esta era su familia.

Ni bien entró, la hermana intentó abrazarlo, pero Zorro se alejó lo más rápido que pudo. Quiso hablarle, pero las palabras no salían de su boca. Sabía todas las palabras que podía saber hasta la palabra “praticultura”, que tenía una definición tan simple como “cultivo de los prados”, pero ninguna parecía querer emitirse a través del sonido. Tomó una bocanada de aire y dijo lo único que le salió decir.

―No.

Después de esto sintió una agitación muy grande que lo obligó a sentarse en el sillón, sin poder sacar la vista de la intrusa en su departamento.

―¿No? ¿Eso es lo único que me vas a decir?

Zorro cerró los ojos y se imaginó estando solo, como hasta hace algunos segundos, y sonrió. Un poco de paz llenó su cuerpo e hizo que la agitación anterior desapareciese. La sonrisa se desdibujó y la paz se fue cuando sintió que el sillón se hundía y abrió los ojos y vio a la hermana sentada al lado suyo. Estaba llorando, despacio, sin hacer demasiado ruido ni molestar con gestos inoportunos.

―Hace meses que te busco ―dijo, y a Zorro se le vino a la mente la imagen del hermano, de una vez en la que habían ido a pescar a la costa en familia. Con un movimiento de cabeza intentó pensar en otra cosa. La incomodidad que sentía le hacía confirmar, una vez más, que había tomado la mejor decisión al irse de su casa y cortar la relación con el resto del mundo. El último tiempo de su vida había sido el más feliz y, si bien había cosas que había resignado, como sus caminatas por el bosque o sus tardes en la biblioteca, no se arrepentía en lo más mínimo.

Era feliz.

La hermana no dejó de mirarlo esperando una respuesta, o por lo menos que dijese algo, porque no había formulado ninguna pregunta. Zorro hizo fuerza y abrió la boca.

―No.

El llanto de la hermana dejó de ser tolerable y se convirtió en una cascada de lágrimas y en un aullido feroz. Zorro intentó sonreír para hacerle entender que estaba bien y que era feliz, pero la hermana lo tomó como si se estuviese riendo de su tristeza. Le dijo que lo extrañaba, que estaban preocupados por su vida. Zorro suspiró y miró de reojo su computadora. En ese tiempo hubiese podido aprender 3 o 4 palabras nuevas. Se paró y se acercó a la puerta. Creyó que eso era señal clara para que su hermana se diese cuenta de que tenía que irse, pero al parecer no era suficiente.

Se miraron por unos segundos.

―Me preocupa verte así. ¿Por qué no me hablás? Si no podés hablarme, escribime. Como en esos fines de semana cuando éramos chicos y papá y mamá nos decían que no hagamos ruido porque querían dormir la siesta.

Zorro no había pensado en ese recuerdo en mucho tiempo. Por un momento, dudó que fuese real. Tal vez la hermana lo estaba manipulando, intentado que se quebrase. Pero eso no iba a pasar porque no había nada que quebrar. Sin embargo, le pareció una buena idea escribirle para poder decirle lo que quería. En su cabeza pensó una frase muy bien constituida, usando palabras que había aprendido en el último tiempo que le gustaban mucho, como “parangonar”, que se define como “hacer una comparación de una cosa con otra”, pero creyó que si la hermana no entendía alguna de las palabras y se las tenía que explicar iba a tardar más en irse.

Y escribió.

“Te pido por favor que te vayas de mi casa. No te lo tomes personal, simplemente quiero estar solo. Soy feliz estando solo. Estoy aislado hace un año y esto me hace bien. No me pidas otra cosa. No puedo ser como vos, no puedo ser como el resto. No me gusta. Entendelo y andate, sin rencor.”

Las manos de la hermana temblaron al ritmo en el que sus ojos recorrían el papel. Cuando terminó de leer tomó aire y lo largó varias veces.

―No puedo entender esto. Siempre fuiste una persona solitaria, pero nunca me hubiese imaginado que pudieses ser capaz de alejarte así. ¿Por qué lo hacés? ¿Fue por algo que pasó la última vez que nos vimos? ¿Fue algo que pasó el día después del accidente de mamá y papá, el día de la repartición de la herencia?

Ni siquiera ese día parecía real en la cabeza de Zorro. El único recuerdo que daba vueltas era el del mar, el de él junto al hermano pescando, el de su hermana cebando mate mientras que los padres dormían debajo de una sombrilla. Pudo sentir en las manos la textura de la caña y al cerrar los ojos vio grabada en sus retinas la imagen de su hermano con el medio mundo entrando al agua corriendo, con sus piernitas de nene, y a su hermana yéndolo a buscar y diciéndole que el mar era traicionero. En su cabeza siempre iba a quedar la duda sobre quién era más traicionero, si el mar o el hombre. Al abrir los ojos, Zorro se acercó a la puerta y esta vez la abrió. La hermana dio una última vuelta por el monoambiente, mirando lo poco que había en las paredes, y se le acercó. Zorro no pudo anticipar el beso que recibió en la mejilla, pero sí el abrazo que seguía después. En una velocidad que su cuerpo no tomaba hace mucho tiempo, fue al baño y se enjuagó la cara con jabón y agua, tratando de que borrar todo lo que el beso podía haberle contagiado. Lo único que no pudo borrar fue el calor, ese calor que no sentía hace más de un año. Su corazón comenzó a latir mucho más rápido por no poder sacarse esa sensación, y se abofeteó unas veces la cara para ver si con eso podía sentir una cosa diferente. Pero la sensación del beso seguía estando. Se la mojó hasta que finalmente desapareció. Después recordó a su hermana y volvió al living. Por suerte, ya se había ido. Se sentó en su escritorio y buscó la palabra que seguía, y pensó una frase y la escribió.

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